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La victoria imposible

Mi padre me llevó a las carreras por primera vez cuando tenía dos años. Es una historia que, de tanto escucharla, siento como si la recordase lúcidamente. Cuando pienso en ella me maravillo recreando todas las carreras que he visto desde entonces hasta el día de hoy, sin pausas, sin faltas injustificadas, al mismo tiempo que me asombro por lo que debe sentir él.
De todas ellas, gran parte las he presenciado en el circuito del Jarama, cuyas curvas siento tan mías que de veras creo podría rodar tan rápido como los pilotos -las leyendas- que las ponen nombre: Nuvolari, Fangio, Varzi, Farina, Ascari, Portago, María de Villota (quien da nombre desde el pasado año a la última curva del trazado, "la del túnel"). Lo que sí recuerdo es que desde pequeño adoraba a estos pilotos por el simple hecho de tener su curva en mi circuito favorito. Era una razón más que suficiente: ni siquiera los conocía, pero para mí eran como dioses. Según he ido creciendo he conocido sus vidas y he logrado justificar con argumentos sólidos mi devoción por ellos. De entre todas estas historias siempre una se eleva sobre las demás: la del Gran Premio de Alemania de 1935, una historia que conocí a través de un foro de internet y que me cautivó de tal forma que todos los meses regresaba para leerla una vez más. Lamentablemente el usuario que subió aquel post lo ha eliminado, por lo que me veo en la obligación de publicar esta entrada con la certeza de que no quedará tan redonda.

En la época de los pilotos-héroes, de los volantes de madera y de los circuitos que cruzaban pueblos no existían las carreras aburridas. En este blog ya hemos hablado de la "Carrera del siglo", sin embargo, la trascendencia de la historia que viene a continuación superó, como en contadas ocasiones, los límites puramente deportivos e hizo Historia.

Cartel promocional de la carrera

Es verano de 1935. En Alemania Hitler encara los últimos compases de su primer año como Führer y realiza su primer viraje hacia la guerra anexionándose el Sarre con permiso de la Sociedad de Naciones, al mismo tiempo que pone en marcha su política propagandística, sublimada en los Juegos Olímpicos de Berlín al año siguiente.
Es 28 de julio y se disputa en el pueblo de Nürburg el VIII Gran Premio de Alemania y el primero de la Alemania Nazi. Es el evento elegido por el partido para demostrar sus teorías y para presentar a Europa su potencial industrial y técnico en forma de coches de carreras: nueve flechas plateadas se disputarán la gloria entre Mercedes (en manos de Caracciola, von Brauchitsch, Fagioli, Geier y Lang) y Auto Union (Stuck, Rosemeyer, Vazi y Pietsch) para el delirio de los trescientos mil alemanes que se han echado al bosque y para el alivio de los mandatarios nazis, que invierten cada año doscientos cincuenta mil marcos en sus fabricantes para asegurar las victorias. Frente a ellos, un puñado de bólidos italianos completan la parrilla en busca de un milagro, pues los doscientos sesenta y cinco caballos de sus coches quedan en evidencia ante los cuatrocientos de los alemanes, muy por delante tecnológicamente. Uno de aquellos pilotos se llama Tazio Nuvolari, aquel loco que había ganado la Mille Miglia cinco años antes adelantando a su amigo Varzi con los faros apagados en plena noche para no advertirle de su llegada. Sin embargo, no le ha resultado fácil participar aquel día: habiendo dejado la Scuderia Ferrari el año pasado en busca fallida de un volante de los coches plateados, había tratado de volver al equipo del Cavallino Rampante, pero Enzo no perdonó su deserción. Ha tenido que ser necesaria la intervención del propio Mussolini para que Tazio logre un asiento en uno de los Alfa Romeo de emblema amarillo. Lo difícil está hecho, ahora queda correr veintidós vueltas en el Infierno verde. "Nivola" sabe volar.

La parrilla de salida. ¡Ahí es nada!

Llueve. Cobardemente intuyo que no es un día agradable para jugarse el tipo sobre las precarias carreteras de los treinta. Pero la adversidad meteorológica supone una ventaja comparativa para los coches rojos: el agua enmascara la superioridad mecánica, equilibra fuerzas. Nuvolari parte desde la segunda posición, elegida por sorteo (en esta época no era común realizar una sesión de clasificación, sino que la parrilla de salida quedaba configurada mediante sorteo. De hecho, el promotor había planeado determinar el orden de la parrilla mediante una prueba de aceleración, pero los pilotos se opusieron declarando que la línea de meta estaba demasiado cerca de la siguiente curva y temían que alguno en busca de una buena posición de partida frenase demasiado tarde). Un silencio sepulcral antecede a la tempestad: el bramido ensordecedor del Auto Union V16 de Stuck llena el vacío, los demás le siguen, el primer sistema de luces de la historia de las carreras torna verde. Y la carrera comienza. Nuestro protagonista, con la mitad de cilindros en su Alfa, hace una buena salida y adelanta a Stuck, que cala el motor. Pero la recta es lo suficientemente larga para que Caracciola imponga su poderío motor y se coloque en cabeza. Mientras tanto, ha dejado de llover, pero el circuito sigue empapado y Caracciola se va alejando: al primer paso por línea de meta ya son doce segundos. Tazio aprieta y realiza un trompo a la salida de Bergwerk; cae a la sexta posición. Caracciola está a más de un minuto...


Eifelrennen, Nürburgring 1935 - Media Database
Rudolf Caracciola liderando la carrera con su Mercedes W25B

Cumplida la séptima vuelta de carrera, las posiciones comienzan a estabilizarse: Caracciola (Mercedes), seguido de Rosemeyer (A.U.), Fagioli (Mercedes), von Brauchitsch (Mercedes) y Nuvolari, único Alfa Romeo todavía en carrera, que sorprendentemente aguanta el ritmo de la cabeza. Rosemeyer, a la caza de Caracciola, se sale de pista y se ve obligado a entrar en boxes. Las condiciones de pista son delicadas. Pero "Il mantovano volante" acaba de completar su vuelta en menos de once minutos, le pesa el pie derecho y le arde el corazón. Adelanta a von Brauchitsch y una vuelta más tarde a su compatriota Fagioli para colocarse segundo. Caracciola está a... ¡siete segundos! Todas las comprobaciones apuntan a que le ha recortado más de un minuto en las últimas tres vueltas, pero el cerebro se resiste a dar por bueno el cómputo, y mientras sigue tratando de dar una explicación científica a lo ocurrido, Nuvolari ya lo ha pasado.


Formula 1 Photos (1935) - LAT Images
Hanns Geier a manos de su Mercedes W25A

Llegado el ecuador de la carrera, Tazio entra en boxes. Su fiel escudero necesita nutrirse de gasolina. En la emoción del momento, los mecánicos de Ferrari rompen el mango de la bomba de reabastecimiento de combustible y se ven obligados a verter el combustible con un embudo. Nuvolari baja del coche, camina, salta, se desespera y grita a sus mecánicos que se apuren. Pasan más de dos minutos hasta que consigue volver a la pista, en sexta posición. A la vuelta siguiente ya ha pasado a Stuck y a Fagioli, y una vuelta más tarde a Rosemeyer, aquejado de problemas con el cable del acelerador. Para la decimoquinta vuelta el Mantuano volador es segundo tras pasar a Caracciola. Sin embargo, esta vez von Brauchitsch está demasiado lejos: a más de un minuto y medio, y la pista se ha secado. No hay nada que hacer, no salen los números. Es matemáticamente imposible. Pero en las carreras hay otros factores que entran en juego. Conceptos abstractos como perseverar, luchar, soñar. Y a Tazio Nuvolari, aquel hijo de agricultores que decidió ser piloto, le mueve el sentimiento. "Nivola" se lanza en busca del alemán en un ahora o nunca desesperado, confiando en su ritmo endiablado, en su montura, en que recorta incomprensibles cantidades de tiempo a un rival que en realidad no ve y que en realidad controla plácidamente la carrera. Es, en última instancia, un reto a duelo contra el bosque y contra sí mismo. Pero en la vida real, quien no se rinde es el más valiente, y en palabras de Enzo Tazio "era hombre de no claudicar nunca, aún cuando luchaba por los puestos de atrás". Así que Nuvolari comienza a reducir la distancia con von Brauchitsch de forma constante: ochenta y siete segundos, cuarenta y siete segundos, cuarenta y dos segundos encarando la última vuelta de la carrera. Algunas curvas más adelante, Manfred von Brauchitsch sufre con unos neumáticos exhaustos. El equipo le ha recomendado parar a cambiarlos, pero este, temeroso de la distancia que lleva con respecto al italiano, ha seguido su marcha.


Nürburgring 1935 : la "victoire impossible" de Nuvolari
Tazio Nuvolari y su Alfa Romeo P3 B durante su persecución a von Brauchitsch

En la tribuna de meta los ánimos están por todo lo alto: es la última vuelta y un orgulloso aristócrata alemán, al volante de un formidable coche alemán, tiene la carrera en el bolsillo. Con una pizca de suerte, en algo más de diez minutos verán al vehículo más poderoso del momento alcanzar la gloria para su país. Pero pronto se escucha la voz a través de la megafonía informando de que el audaz piloto teutón ha sufrido el reventón de un neumático y ahora su victoria pende de un hilo. El revuelo sacude la grada expectante, ansiosa, ávida que escruta el fondo de la recta para confirmar que es plateado el color del coche que llega. Pero el coche es rojo, y el piloto no es un hombre elegante y corpulento. Es enjuto, pequeño (1,56m) y algo mayor, y ha vencido con su obsoleto Alfa Romeo a nueve flechas plateadas. La multitud allí ubicada arranca en aplausos hacia el talentoso piloto, el cual es obsequiado con una corona de laureles que, pensada para los altos pilotos alemanes, llega al pequeño gran Tazio por las rodillas. Los jerarcas nazis, tan seguros del triunfo de un coche alemán, ni siquiera tienen el himno italiano para hacerlo sonar, por lo que Tazio, que siempre lo lleva consigo, les cede el disco para mayor satisfacción personal. Enzo rila de entusiasmo.


Nuvolari, con la corona de laureles

Las flechas plateadas ganaron todas las ediciones siguientes hasta 1940, cuando las actividades deportivas quedaron prohibidas en una Alemania dedicada en cuerpo y alma a la guerra. Nuvolari cosechó algunas victorias internacionales más (principalmente con Auto Union) antes de que sus pulmones deteriorados le obligaran a dejar las carreras en 1950. Pero jamás anunció su retirada, no podía hacerlo. No podía concebir algo tan triste como una última carrera, por lo que el mantovano mantuvo la esperanza de que su salud le permitiera volver a las pistas. Pero eso tampoco pudo hacerlo. Un ictus lo golpeó en 1952. Y otro se lo llevó un año después. A su funeral en Mantua asistieron cincuenta y cinco mil personas, entre ellos pilotos como Ascari, Fangio o Villoresi. También lo hizo Enzo. Cuenta la leyenda que lo enterraron con el traje de carreras...


1935 Nürburgring - Benjamin Freudenthal | Von Brautschisch on ...
Recreación artística de la pugna von Brauchitsch-Nuvolari

Mientras buscaba información sobre esta deslumbrante carrera encontré que en muchas páginas establecen una analogía entre esta historia y la conocida fábula de la liebre y la tortuga debido a la inferioridad mecánica del Alfa y con el aliciente de que Nuvolari siempre llevaba consigo una tortuga dorada como amuleto. Pienso que es un símil erróneo: Tazio ganó porque fue el más rápido. Prefiero llamarlo como se llamó en su momento, una victoria imposible, demasiado bella, demasiado trascendental, casi odiseica; no se puede concebir una mayor relevancia histórica en una carrera de coches que la atrapada por Tazio Nuvolari. Enzo también quedo atrapado, y pasó las últimas cuatro décadas de su vida buscando en otros la esencia de quien para él sería siempre el mejor piloto que había visto correr. Por eso cuando vio a Gilles Villeneuve en su debut en Formula 1 con McLaren mandó ficharlo inmediatamente, alegando: "Me recuerda a Tazio".

Vídeo de la carrera

Mercedes Team , Nurburgring 1935 . Practicing a pit stop. | Coches ...

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